martes, febrero 26, 2008

Los sistemas de escritura de los indígenas americanos, el caso de Mesoamérica y la región Andina


Epílogos


Por Sergio Rommel Alfonso Guzmán

“Sólo con mi soledad”, reza una canción cursi que sólo los heridos por la ausencia comprendemos. Así que trato de sobrellevar el primer fin de semana sin María frente al televisor de la sala de mi casa ahora extremadamente amplia y la pantalla de cine de mi pueblo. Phathfinder (Conquistadores) de Marcus Nispel sucumbe a todos los cliches posibles del cine de gesta heroica. Un niño blanco abandonado en tierras americanas y criado por los nativos se convierte en el salvador de su pueblo de adopción en contra de su propia sangre. La visión del filme es maniquea hasta la nausea. Mientras los conquistadores vikingos son portadores de todas las crueldades y barbaries posibles los indios americanos destilan dulzura y buena onda por doquier. En fin, el cine gringo paga sus culpas con sus dosis poco creíbles de multiculturalidad.

El clavel negro de Ulf Hultberg incursiona en el golpe de Estado contra Salvador Allende y narra la actividad heterodoxa del embajador sueco Edelstand que logra salvar de una muerte segura a más de mil personas. A tono con el discurso de “un sólo hombre puede hacer la diferencia” al filme se le reprocha no incursionar en la política detrás de la barbarie, particularmente de las agencias de seguridad norteamericanas. Si bien el filme aporta a la documentación de una historia del militarismo latinoamericano, la ausencia de lo social en la trama es su debilidad más evidente.

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De nueva cuenta es la biblioteca de mi amigo Gustavo Mendoza quien me provee de un libro sorprendente: Libros y escritura de tradición indígena. Ensayos sobre los códices prehispánicos y coloniales de México publicado por el Colegio Mexiquense y la Universidad Católica de Eichstatt en el cual me detengo en dos ensayos: “Escritura y literalidad en Mesoamerica y en la región Andina: una comparación” de Nikolai Grube y Carmen Arellano, y “Los qyilcakamayok y los dibujos de Guaman Poma” de Thomas Cummins.

El primer escollo a superar en el estudio de los sistemas de escritura de los indígenas americanos es la incomprensión y el menosprecio de Europa hacia los códices, la pictografía, vasijas y otros formatos e instrumentos de escritura. Aún hoy día, algunos estudiosos no reconocen en los pueblos prehispánicos sistemas de escritura. Este hecho es particularmente evidente en la zona Andina que ante la carencia de pictografías bien elaboradas como los mayas recurrió a formatos de hilos como mecanismo de comunicación.

En el altiplano central mesoamericano la escritura surge desde una perspectiva cosmogónica-religiosa como medio para legitimar y posicionar a los soberanos de sus naciones. No tiene la escritura una función en las transacciones económicas sino un carácter cuasi-sagrado, ya que la comunicación no se establece únicamente entre hombres sino también entre los dioses. Ello lleva a una valoración de la práctica de la escritura y a una preocupación respecto a sus formalidades. Escribir no sólo es vehículo de comunicación sino también expresión artística. Al respecto señalan Grube y Arellano: “En Mesoamérica, los oyentes no eran sólo hombres sino también dioses, y eran muy exigentes en cuanto a lo artístico y lo elegante de un texto. Esto significa que la escritura era también una especie de arte; la forma como se anotaba algo era tan importante como el mensaje mismo. El objetivo del escriba no era fijar rápido y eficientemente algún texto sino darle al mismo tiempo una forma hermosa estética. El carácter fuertemente icónico de los sistemas de escritura mesoamericanos, ya sea los sistemas glotográficos de los mayas o los semasiográficos de los nahuas y mixtecos, también se explica con la necesidad de belleza y representación gráfica de sus productores. Lo anterior se manifiesta en esta breve cita sobre la profesión de los escribas en los Cantares Mexicanos:

Yo canto las pinturas de los libros

Yo los despliego

Yo soy el papagayo florido

Que hace cantar los libros

Que están en las casas de las pinturas” (p. 49)

El contacto de los sistemas de escritura indígenas con el modelo europeo se diferenció de una región a otra. Mientras para los nahuas la escritura es altamente valorada y logra formas sofisticadas, por ejemplo en los jeroglíficos mayas que tiene referencias evidentes con la lengua hablada; en la región andina se percibe una contrastación aparentemente irremediable entre oralidad y escritura. Citando a Randall, Grube y Arellano señalan que “el quechua está repleto de significados múltiples que operan en niveles variables y que pueden proyectarse en varias direcciones. Por esta razón es antitético a la escritura, la cual limita sus significados”.

Por otro lado, mientras en altiplano central mesoamericano se valora la función social del escritor (“yo soy el papagayo florido / que hace cantar los libros”) en la región andina se asume la escritura como maldición. Desde el siglo XVII Fernando Montesinos es sus Memorias antiguas, historiales y políticas del Perú postula que el caos y un sinfín de calamidades y plagas que azotaron la región andina tienen su causa en la escritura por lo cual se desalienta su uso. “No sabemos si se trata de un mito antiguo que fue transmitido y registrado en el siglo XVII o si el mito surgió en ese siglo y su referencia a tiempos inmemorables debía explicar la situación de los indios avasallados de aquellos tiempos. Lo que claramente se da a entender aquí es que la cosmovisión andina culpa a un elemento ajeno a su cultura, al escritura europea fonética, de haber perturbado el equilibrio del mundo andino” (p. 51).

En Mesoamerica se experimentan diversos sistemas de escritura: la escritura epiolmeca utilizada por los hablantes en lengua zoque, “un sistema de escritura glotográfica plenamente desarrollado con signos logográficos y silábicos” (p. 38). Por otro lado está la escritura mixteca y nahua que no utilizan un códice lingüístico. Los sistemas de comunicación en Mesoamérica fueron prontamente adaptados a los sistemas escriturales europeos. Sin embargo, ante los sistemas de la región andina no ocurrió lo mismo ya que —precisa Thomas Cummins— “Los incas tenían un sistema de comunicación visual muy diferente al de los españoles. La historia incaica, el linaje dinástico y la información estadística, por ejemplo sobre la población, se fijaban en unas cuerdas con nudos, tejidos de diversas maneras y colores, que a su vez se ataban a un cordón mayor. Estos objetos se llamaron khipu y fueron producidos y conservados por unos hombres conocidos como khipukamayoq. El khipukamayoq recitaba oralmente la información almacenada en khipu, recordando detalles a través de una combinación de señales numéricas, visuales, espaciales y táctiles, como por ejemplo la posición y la forma del nudo, la dirección del hilado de la hebra, su color y esparcimiento. El khipu era una forma tan precisa de tecnología simbólica en los Andes que se continuó utilizando en el periodo colonial e incluso se usó para registrar los pecados de los individuos que se confesaban con el sacerdote” (pp. 189 y 190).

La relación entre los signos y los objetos en los lenguajes andinos era ambigua y dependía del contexto. Dependiendo de la situación podría significar una u otra cosa. No existía una tradición de objetos de soporte escritural como sí lo había en el México mesoamericano lo que permitió la elaboración de un cuantioso acervo documental a lo largo de la Colonia, hecho no ocurrido en el Perú de la época.

Un ejemplo de la dificultad de definir para la región andina un sistema de escritura que no traicionara al habla es la Nueva corónica i buen gobierno de Felipe Guaman Poma; escrito en forma de carta y enviado por su autor al rey Felipe III de España, aunque parece que nunca llegó a manos del soberano. El documento consta de más de 1,100 páginas y unos 400 dibujos. “La fe que Guaman Poma tenía en la escritura y el dibujo pictórico como medios de registrar sus pensamientos y deseos resulta extraordinaria. Tuvo que recurrir a tradiciones no andinas con el fin de encontrar estructuras literarias y artísticas, hacerlas propias y activar, a través de estos nuevos métodos comunicativos, una historia andina. Uno se puede preguntar, sin embargo, si en la solitaria e intensa lucha intelectual de Guaman Poma por conciliar estos dos medios comunicativos, vio estos actos de escritura y dibujo como actos comunicativos y físicos separados. En el mundo moderno tendemos a pensar en la escritura y el dibujo no sólo como creaciones separadas sino también como actos físicos separados; de esta manera, por ejemplo, la producción artística y literaria y sus estudios son áreas de trabajo distintas hoy en día. Pero en el caso de Guaman Poma ¿no hay quizás una visión andina unitaria que relacione palabra y pintura en la Nueva corónica i buen gobierno, de una manera a la que no estamos acostumbrados en un manuscrito ilustrado?” (p. 194). Seguramente la biblioteca de mi amigo resguarda otros volúmenes sorprendentes: estaremos informando.