La lengua de uno de los grupos ancestrales de la península está en riesgo de desaparecer, al igual que el resto de las lenguas nativas de Baja California
Por Luis Ángel Isaías Silva
Uno de los aspectos más enigmáticos de las culturas de Baja California es su antigüedad y su carácter errante. Sobre todo los kumiai, quienes se han visto envueltos en continuos éxodos para ponerse a salvo de las glaciaciones y de las sequías. Por esta razón, emigraron en busca de alimento a otras zonas que les permitieran sobrevivir.
Algunos especialistas señalan, que la cultura más antigua es la llamada cultura sandieguito que abarcó desde el noroeste hasta el sur de la península; la cual parece estar marcada por la especulación respecto a quiénes pudieron ser los primeros pobladores; ya que se piensa que algunos grupos terminaron por integrarse a otras culturas o que huyeron a otros lugares al secarse el lago Chahuilla; mientras que otra versión más supone que se extinguieron por completo.
Sin embargo, hay algunas pruebas contundentes que dan testimonio de su sentir y acontecer histórico, que muestran en buena medida su identidad. En este caso, las pinturas rupestres nos dejan rastros del camino recorrido por los antiguos kumiai en su peregrinar de las montañas a los valles para alejarse del frío y de la nieve; auténticas señales de ruta relacionadas con el cambio del clima, que han sido llamados sitios arqueastronómicos y que se encuentra en diferentes puntos estratégicos por donde pasaron los kumiai en su ir y venir continuo, hasta finalmente lograr su asentamiento en terrenos más prósperos.
Actualmente, esta comunidad se localiza en la carretera federal Tijuana-Rumorosa, hacia la parte Este por Juntas de Neji. También corresponde al municipio de Tecate la comunidad de San José de Tecate. Tanto por la urbanización de la ciudad de Tecate como por la expansión ganadera, San José se unió a la comunidad de Neji para integrarse al resto de las familias. Existe otra comunidad ubicada en San José de la Zorra en el Valle de Guadalupe.
Los kumiai son la comunidad más numerosa de las que habitan en Baja California con 394,738 habitantes entre sus diferentes asentamientos étnicos. No obstante, su lengua está en riesgo de desaparecer al igual que el resto de las lenguas nativas de Baja California.
Tenemos que aceptar que toda lengua implica una visión del mundo, una manera de nombrar la realidad y de interactuar con el entorno. Gracias a la lengua, la cultura puede dar a luz creaciones literarias y artísticas invaluables que contribuyen a ampliar nuestro horizonte de vida y de pensamiento.
Por ello, el decir implica una forma de ser particular, que a la vez, refleja el pensamiento y el hacer de cierta manera. Por lo tanto, el lenguaje dota de sentido a la sociedad que representa y le anima a vivir bajo sus propias reglas.
Decir el nombre es poseer la cosa
La intención con que se pronuncia la palabra tiene el poder de atraer aquello que se nombra; es decir, posee una influencia valorada y buscada para arremeter en el imaginario del espectador. No hay más que pensar en el chamanismo y en su conexión con el oficio del actor-narrador, que son en su sentido más amplio la misma cosa.
Dejarse llevar por su cadencia y por su poder de seducción para que vaya tejiéndose una realidad palpable a medida que juega con los recursos de que dispone: cuerpo, voz, gesto; emoción y un sinnúmero de elementos que abren paso a otros mundos, o como dijera Nicolás Núñez: “el actor no deja de perseguir el espíritu en el escenario”. Desde hace siglos, para las comunidades indígenas el chamán es un actor que compone con la intencionalidad de las palabras aquello que representa. Para hacer esto, se vale de diferentes aproximaciones y campos del lenguaje que van de lo onomatopéyico a lo poético y de la ceremonia al rito; de esta manera transformaban la cotidianidad en un acontecimiento mágico.
Para los kumiai, estos chamanes eran llamados guamas, a quienes se les consideraba que tenían el poder de establecer contacto y comunicación con el mundo sobrenatural. También se cree que los lugares donde se encuentran las pinturas rupestres eran centros ceremoniales y que posiblemente fueron realizadas por los mismos chamanes. Por esta razón, el chamán es portador de una verdad universal que se expresa en el mito y que él encarna en su corporalidad a manera de ofrenda. Esto significa, que el chamÁn contiene varios atributos que lo trascienden; en primera instancia es actuante del discurso narrativo del mito; en segundo término, testigo omnisciente, y en tercer lugar, oficiante curandero.
De ahí, que el paso natural del mito haya sido el rito, ya que “los ritos son acciones simbólicas que tienen que ver con lo sagrado, son realizadas generalmente en un contexto grupal, conforme a unas normas y rúbricas previamente establecidas y debidamente aplicadas, repetidas con cierta periodicidad, con la intención de hacer presente el mundo trascendente que se quiere simbolizar e intercalando las acciones con las palabras”.
No es extraño que las vanguardias teatrales se hayan valido del rito para sistematizar sus teorías y renovar el panorama teatral. Sin lugar a dudas, el mito contiene al rito y viceversa, tanto como la palabra supone la acción.
Así, la palabra tenía una intensa e indisoluble relación entre la cosa (realidad otorgada) y el nombre que designaba. Según como fuera pronunciada, producía en el receptor efectos físicos que lo situaban en otra realidad, O mejor aun, el chamán iba creando con las palabras otra realidad momentáneamente.
Ejemplo de ello, es el mito de Los tres brujos donde se narra lo siguiente: “Era una familia de grandes brujos, magos y hechiceros. Dominaban la naturaleza con palabras mágicas. El brujo mayor, pensó en usar su magia: —Voy a llamar la lluvia—. Y dijo: ¡Venga cui¡ Tronó el cielo y comenzó a llover”.
Esto quiere decir que pronunciar el nombre es poseer la cosa, ya que decir el nombre implica una forma de materialización de lo nombrado. Al ser pronunciada la palabra comienza a existir la cosa. Cuando se nos dice en el mito kumiai “Dos hombres emergieron del mar, dos hombres vinieron al mundo. Antes no había más que agua”, comenzamos a trasladarnos a un plano de invención y fantasía modelado por el mito; que es sacralizado por los elementos propiciatorios que intervienen en el rito.
De ahí, que el actor sea considerado hasta nuestros días como “un habitante de la lengua” capaz de sacudirnos las entrañas y el espíritu. En esa medida, la palabra es el santuario del alma donde el actor-chamán ofrenda su propio ser para dar voz al lenguaje.
Bibliografía:
Antei, Giorgio, Las rutas del teatro, Edición Giorgio Antei, Universidad Nacional. Bogotá, Colombia, 1989.
Macgowan, Kenneth y Melnitz, William, La escena viviente, Eudeba Ediciones. Buenos Aires, Argentina, 1961.
Innes, Christopher, El teatro sagrado. El ritual y la vanguardia, Editorial Fondo de Cultura Económica, Mexico, DF, 1981.