martes, marzo 11, 2008

El heroico barrio de La Jabonera, crónica histórica de Valenzuela Alba



Rescata la tradición oral de uno de los barrios de Mexicali que ha sido semillero de ciudadanos libres

Por Tomás Di Bella

Las historias que aquí encontramos y que Antonio Valenzuela Alba escribió con pluma amorosa y fina, son crónicas que ya se han escuchado pero que a la vez son inéditas. Déjenme explicar esta apariencia semántica, como tanto gustan de decir los geniales académicos. Tienen la característica de ser relatos que se oyen en todo barrio mexicano en donde se haya establecido la población trabajadora y cuentan de los sufrimientos, padecimientos, alegrías y festividades, luchas y derrotas de la clase obrera, pero además, son únicas porque pertenecen a esta región del mundo, a esta zona del país, al noroeste regional de México, específicamente a Mexicali, a uno de los primeros barrios armados cívicamente: al barrio de La Jabonera. Y son contados con la mirada de un niño que despierta a las durezas de la vida, a las suavidades del ensueño, rodeado de la solidaridad de sus parientes y del desparpajo de sus amigos —pandilla de descubridores de un mundo nuevo y por hacerse.

En estos relatos encontraremos la mirada plácida de las abuelas preparando la comida, base cultural de la tribu y sustento espiritual de la afanería vital; pero también, entre la humareda de los fogones, se nos muestran simbólicas las manos recias, duras, exhalantes de ternura de todos los obreros que al igual construían casas para habitarlas que producían la riqueza para la compañía.

Pero recurramos un poco a la historia. La Compañía Industrial Jabonera del Pacífico inició sus trabajos de construcción alrededor del año de 1924 en Mexicali, donde todo era desierto y el valle aún no padecía el cáncer de la urbanización voraz. Para el ensamblaje de sus instalaciones y para echar a andar su gran motor industrial, se contrataron algunos obreros especializados que llegaron desde Gómez Palacios y Santa Rosalía, Durango. De ambos poblados son los abuelos de Antonio Valenzuela. A un lado de las naves industriales —que contenían el molino de la semilla de algodón para producir aceite, los tejabanes de almacenamiento, quizás las despepitadoras y la refinería para hacer jabón— y al cruzar el afluente del canal Todo Americano, se empezó a construir poco a poco lo que posteriormente se daría a conocer como el barrio de La Jabonera y que estaría constituido y habitado en su mayoría por los trabajadores de la empresa llamada Anderson Clayton Company.

Quizás la primera construcción de estos obreros inmigrantes y que aquí se establecieron haciendo un ovillo poblacional, fue el puente de madera que daba acceso al barrio, y que de regreso llegaba a los talleres de trabajo y los almacenes. Ese puente ya no existe —hoy es una de las entradas a la Plaza Cachanilla— pero quizás fue una de las primeras construcciones en Mexicali. Este puente es uno de tantos protagonistas de estas crónicas y relatos del libro El heroico barrio de La Jabonera, ganador del primer lugar de crónica histórica del certamen literario Peritus 2007. (Por cierto que mi compadre Antonio Valenzuela también es ganador del primer lugar del certamen Crónica del Cincuentenario de la UABC 1957-2007, en la categoría de trabajadores administrativos, donde hubo mayor participación, ya que en la categoría de académicos nomás hubo dos, vaya usté a saber porqué).

Pero dejémonos de lamentaciones y regresemos al magnífico libro de Valenzuela. Tal parece que algunas de las voces que reptan desde la tierra misma, suben por lo que era el puente y pasan a ras del canal para asistir aún a sus labores. Parece que algunas de las fiestas de los obreros y sus familias todavía se escuchan y la música de la celebración popular persiste en los entresijos de estas pequeñas historias urbanas. Aún podemos saborear los platillos populares, las heladas botellas de cerveza, la espuma del jolgorio, la música enredada en el viento y la exultación de los muchos amoríos.

Pero también parece que algunas de las voces de lamento, algunos llantos trágicos se asoman entre las frases de estos escritos para darnos un cuadro vivo de lo que fue el heroico barrio y el sentir cálido, trabajador y solidario de sus gentes y su fuerza como gremio, unido ante los embates del patrón y la insensibilidad de la ganancia.

Si a veces encontramos algunos destellos poéticos en los recovecos de estas crónicas de historia oral, es porque las voces, las fotografías y la memoria histórica de la clase trabajadora se niega a morir y terca resurge entre la letra y la exclamación. Otros han cantado y contado la historia de los dueños de la compañía, de los que ostentaban el capital, de la visión empresarial, de los extranjeros que llegaron con el dinero y los medios de producción: dejemos al César lo que es del César. En este libro se trata de rescatar la fuerza vital, la fuerza sanguínea, la fuerza de trabajo que sólo era dueña de sus brazos, pero la única que hacía mover toda la maquinaria y hacía toda la producción. La fuerza del barrio era pues el sustento de la gran compañía.

Sin embargo, el barrio no es un lugar poético: es un lugar donde la gente vive en su cotidianidad, donde la gente busca vivir lo más cómodamente posible y donde busca un refugio digno para ellos y sus hijos; y los hijos de sus vecinos; y los hijos de los hijos. El barrio aparece entonces como una fortaleza donde se constituyen los elementos de la vida de la población. El barrio significa la semilla de la civilidad, respeto y vida en democracia que se extenderá hacia toda la ciudad y sus gobernantes y que le conformará su rostro, su esencia, su idiosincrasia. El barrio es el elemento básico de enseñanza de vida para todos.

Los relatos de El heroico barrio de La Jabonera son el rescate de sangre, sudor y lágrimas de una comunidad que bregó ante las inclemencias de la región, el erial, el desierto y la austeridad para brindar un semillero de ciudadanos libres y con tradición, de ciudadanos trágicos y con enseñanzas.

Estas voces, estas vivencias, estas vidas son la médula esencial de lo más preciado de la ciudad y que alienta el latir del corazón de nuestra comunidad.

Podrán venir historias, pero la tradición oral de estas voces prevalecerá.