(Segunda de varias partes)
Galileo, Newton, Bacon y otros de sus contemporáneos marcaron el inicio de la ciencia moderna a partir del siglo XVII. Su método, el analítico, es decir, diseccionar para conocer. Su rigor, la formulación matemática. Su propósito, conocer para controlar. Se le conoce como el pensamiento mecanicista y sentó las bases para el desarrollo tecnológico, que a su vez sentó las bases del desarrollo industrial, que a su vez produjo el sistema económico capitalista y la cosmovisión materialista y consumista. En progresión geométrica, este proceso se retroalimentó a sí mismo, produciendo una aceleración de su desarrollo y consolidación que nos ha traído hasta el sistema económico mundial del mundo globalizado del S. XXI.
Y ese mismo tren de tanto empuje, con el desarrollo y la investigación científica de maquinistas, ha arribado, sin ni siquiera sospecharlo, a territorios tan misteriosos y desconocidos que hasta los rieles mismos que le dan soporte y dirección, parecen disolverse. En pleno siglo XX, la sofisticación tecnológica permitió a nuestros sentidos penetrar el microcosmos de la vida gracias a los microscopios electrónicos, el microcosmos del átomo gracias a un complejísimo pull de aparatos que incluyen los monumentales aceleradores de partículas de varios cientos de metros de diámetro, al igual que el macrocosmos de las galaxias distantes y la dinámica estelar a través de los
poderosos telescopios y sondas espaciales, pero también la realidad molecular y bioquímica, los sistemas planetarios de regulación ecológica, el estudio del pasado fósil de la vida y el pasado sideral del universo, y por supuesto las maravillas del ser humano, tanto a nivel físico y las asombrosas dinámicas de enfermedad y sanación, como también las profundidades de su ser consciente, partiendo del estudio detallado del cerebro, pasando por el sueño, los mecanismos de percepción de la realidad y la memoria, llegando a los campos sicológicos y psiquiátricos de la conciencia.
Y es justo ahí en esa punta de lanza de la ciencia, en los más desarrollados laboratorios y preparadas mentes, donde han surgido la mecánica cuántica, la teoría de las supercuerdas, el hiperespacio, el orden implicado, la holografía, la teoría general de sistemas, la teoría del caos, del campo unificado, de la antimateria, de los atractores, la cualidad fractal, los campos morfogenéticos, la teoría gaia, la cibernética, los sistemas complejos, la medicina bioenergética y magnética, la psicología transpersonal y su arsenal de planteamientos, y un sin fin de nuevos enfoques, experimentos sorprendentes, nuevas disciplinas, nuevas teorías en todos los campos del saber humano científico.
Cada uno de los ejemplos enunciados de estos nuevos desarrollos es tema suficiente y fascinante para varias jornadas, tal como lo es cada uno de los elementos que han sido incorporados en este intento somero de encajar piezas aparentemente tan disímiles en un solo relato.
En este punto, baste decir que todas estas teorías y descubrimientos asombrosos están llevando a la humanidad, en hombros de sus científicos, a encontrarse de nuevo con los viejos misterios, vacíos y leyes universales que nos impelen una búsqueda hacia una realidad trascendente, como origen, rectora y finalidad tanto del universo, como de la existencia humana.
Todo es maya dijo hace miles de años la tradición Hindú, y efectivamente la física hoy nos confirma que el mundo es ilusorio en su carácter de solidez y la neurociencia confirma que la realidad no existe más que en nuestro entorno cerebral-mental-perceptual. Como es arriba es abajo recita la antigua máxima filosófica pre-científica, ahora los fractales y la holografía dan sustento, profundidad y proyección a tan sencillo enunciado. Que todo es energía lo confirmamos desde Einstein al poner a un lado de la ecuación la masa o materia y al otro la energía. Que somos seres de luz nos lo confirma la bioquímica al informarnos que la base de la vida en la tierra y de todas la cadenas alimentarias, por supuesto incluidos los humanos, es la fotosíntesis, que no es más que la captación de luz en una molécula, es decir, literalmente nuestro sustento es la luz.
Que somos uno con el universo, demostrado de diversas maneras, primero por los ciclos
biogeoquímicos del planeta que nos hacen saber que los átomos y moléculas de nuestro cuerpo han circulado y circularán en los diferentes reinos y sistemas, desde nuestro cuerpo físico hasta la respiración que nos une segundo a segundo con el entorno. Demostrado al saber que no somos más que polvo de estrellas hecho conciencia, polvo que finalmente proviene al igual que toda galaxia, de la unidad primigenia anterior al big-bang, y finalmente demostrado por la física cuántica que descubrió la ligazón e interrelación entre átomos sin importar distancia ni tiempo.
Y como no mencionar la Teoría Gaia que científicamente ha demostrado la existencia de la Biosfera como ser coherente e inteligente, por lo tanto conciente, devolviendo a la humanidad la posibilidad de relacionarse de nuevo con la Madre Tierra como ese gran ser de amor que sustenta la vida.
Tantísimos ejemplos casi inagotables y que pueden llevar a peripecias maravillosas como sustentar científicamente la realidad del amor como fuerza primaria del cosmos, o plantear la historia de la humanidad en términos de campos morfogenéticos o ver el salto evolutivo de la humanidad como un salto cuántico.
Lo importante para efectos de este escrito es subrayar la cualidad del proceso que se sucede en los campos de la ciencia, como parte fundamental del gran proceso de integración de las verdades fundamentales y los esfuerzos honestos del ser humano por ir en busca de su propia trascendencia, integración que poco a poco continúa dando forma a esa nueva conciencia desde donde el ser engendrará una nueva humanidad, madurada a fuerza de experiencias y lista para una nueva etapa en su camino.
* Texto escrito por Jorge Calero, el mono enlazador - lacarretadelapaz@yahoo.com
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