* Editorial Planeta relanza “La herida de Paulina. Crónica del embarazo de una niña violada”, de Elena Poniatowska
Por Víctor Magdaleno
magdaleno23@hotmail.com
En México, la ley no siempre va de la mano con la justicia y los resultados —acumulados en décadas de abusos— están a la vista, cifrados, entre otras decepciones sociales, en la enorme desconfianza ciudadana en las instituciones cuyo deber es aplicar la ley para garantizar la justicia. Multitud de ejemplos ilustran, por desgracia, el aserto; baste recordar el reciente fallo de la Suprema Corte de Justicia en el caso Lydia Cacho, en el que si bien se reconoció que los derechos humanos de la periodista fueron violados durante su arresto ilegal a manos de agentes judiciales de Puebla, el pleno de los magistrados desechó la posibilidad de enjuiciar al gobernador Mario Marín, quien —según quedó demostrado ampliamente— ordenó el acoso de la escritora a solicitud del empresario textilero Kamel Nacif.
Avalada por años de usos y costumbres de jueces y magistrados, no sólo en los tribunales federales, sino en mayor cuantía en los tribunales estatales, la percepción de la mayoría de los mexicanos es que el Poder Judicial está atrofiado por la presencia de poderosos intereses capaces de torcer la balanza de la justicia. Innumerables casos pueden ser invocados para corroborar que en México ley y justicia caminan por senderos bifurcados, pero uno de ellos es particularmente doloroso, según se encarga de recordarlo un libro reeditado en fecha reciente.
La herida de Paulina, de Elena Poniatowska, narra la historia de la infamia a la que autoridades emanadas del Partido Acción Nacional, en connivencia con la Iglesia católica, sometieron a una niña de 13 años a quien le impidieron abortar, pese a que su embarazo fue producto de una violación. El caso sucedió en Mexicali, pero repercutió más allá de las fronteras nacionales, no sólo por el hecho de que involucraba a una menor abusada sexualmente (por un drogadicto, además, lo que abría la posibilidad de que hubiera contagiado de VIH a la menor), sino porque a pesar de que las leyes de Baja California prevén que en caso de un embarazo resultado de una violación la víctima puede recurrir al aborto sin penalidad alguna, el gobierno panista maniobró para impedirlo. Mediante tácticas alarmistas, las autoridades presionaron a la niña y su familia para evitar que hiciera valer su derecho a interrumpir un embarazo a todas luces no deseado.
El entonces gobernador de Baja California, Alejandro González Alcocer, premiado después por su partido con una curul en el Senado, instruyó a su procurador de Justicia, y su concuño para mayor señas, Juan Manuel Salazar Pimentel, intervenir en el caso, que ya había cobrado notoriedad en la prensa, pero no lo hizo para actuar conforme a la ley, sino para obstruir su aplicación, y en lugar de llevar a Paulina a un hospital la condujo ante un representante de la Iglesia, quien atemorizó a la niña mostrándole fotografías de bebés horriblemente desfigurados (la táctica de Provida) con el propósito de socavar su decisión de abortar. Y lo logró.
“¿Cómo se atreven grupos religiosos a intervenir en la vida de los demás? ¿Cómo pueden juzgar qué es lo mejor para Paulina? ¿No debería la niña estar en la escuela, platicar con sus amigos, comerse un helado, pensar en el futuro?”, escribió en su momento Poniatowska, a quien no le da la gana ocultar su profunda indignación y su reprobación a la Iglesia católica por haber obligado a una menor a dar a luz.
Como otros de sus libros, Elena escribió La herida de Paulina en clave de texto militante, es decir, tomando partido a favor de la víctima cuando el episodio estaba en curso entre 1999 y 2000, y ciomo parte de un movimiento que exigía justicia para la menor. Y lo escribió recogiendo las voces de la propia Paulina, su madre y su hermana, una familia oaxaqueña que emigró a Mexicali, así como las de activistas que la apoyaron.
Según relata la autora, galardonada el año pasado con el premio Rómulo Gallegos, esta crónica del embarazo de una niña de 13 años a causa de una violación la escribió no sólo porque se lo pidieron Martha Lamas e Isabel Vericat, quienes activaron un movimiento de solidaridad alrededor de la víctima y en reclamo de justicia, traducida, entre otras demandas, en que el gobierno del estado se hiciera cargo de la manutención de su hijo, por su responsabilidad al obstaculizar la interrupción de su embarazo, sino porque, afirma, le pareció indignante lo que le sucedió a esta jovencita, cuya entereza, confiesa la autora, le cautivó desde el momento en que la conoció.
Con tales ingredientes, no es casual que un clamor recorra las páginas de este libro, ilustrado con espléndidas fotografías de Mariana Yampolsky, y que se expresa en la consigna: “no más Paulinas para que un embarazo no deseado convierta a niñas en madres en contra de su voluntad”. Un texto cuya militancia no le resta mérito alguno.