Este 31 de enero tuvo lugar en la Ciudad de México una gran marcha. No me atrevo a llamarle “la Gran Marcha”, pues sólo vislumbro que ésta es, quizá, el embrión de grandes movilizaciones que están por ocurrir. Dada la situación crítica a donde nos han llevado las políticas entreguistas, no podría ser de otra manera. Sólo me atrevo a lanzar unas preguntas: ¿para qué sirven marchas como ésta?, ¿tienen algún futuro?, ¿se pueden resolver los problemas que padece México con este tipo de marchas?, ¿está en ciernes un gran movimiento social capaz de obligar a la clase política, a la derecha y a las oligarquías a anteponer los intereses del pueblo mexicano frente a los de otros países y de las empresas multinacionales?, ¿sigue siendo importante el concepto de soberanía? Y me atrevo a reflexionar lo siguiente:
En lo ocurrido la tarde del jueves encuentro varias elementos: fue una marcha nacional, que tuvo lugar en la Ciudad de México y simultáneamente en varias entidades del país; al DF llegaron miles de personas del interior, a quienes se unieron otras miles de la propia ciudad. Otro elemento fue (o es) el carácter frentista, al conjuntar tanto a organizaciones campesinas (priístas y de izquierda), como a sindicatos de educación, minería, electricidad, universitarios, y organismos de la sociedad civil ubicados en la defensa de los derechos humanos, feministas, y otros; otra más, fue la capacidad de convocatoria del sector rural a grandes sectores urbanos: campo y ciudad, unidos.
Lo nacional y lo intersectorial apuntan a vislumbrar un resurgimiento de los movimientos sociales que hace mucho tiempo habían perdido articulación y liderazgo; a excepción de lo ocurrido en la década de los noventa, con la movilización encabezada por la rebelión del EZLN. Recordemos que esta última irrumpe el 1 de enero de 1994 para desenmascarar el discurso salinista de que con la firma del TLC, México se convertiría en un país del primer mundo; cuando en realidad de lo que se trató fue de asignar a México el papel de proveedor del primer imperio del mundo de recursos naturales y de mano de obra muy barata y poco calificada, una vez de haberle arrebatado la tierra y condenarla a migrar en condiciones totalmente inhumanas.
Ahora, esta gran movilización hace visible dos aspectos que me parecen muy importantes: uno, la capacidad del pueblo para exigir participar como un actor principalísimo en la creación de riqueza social, sobre todo como productor de los alimentos de consumo básico del pueblo: el maíz, el frijol; y por ello la capacidad para contener el proceso de pérdida de nuestra soberanía alimentaria que ya vivimos y cuya profundización ocurrirá con la entrada en vigor del capítulo agropecuario del TLC. Y también, la capacidad como trabajadores y desarrolladores de la industria petrolera, eléctrica y minera, que constituyen las venas por donde circula la riqueza de nuestra nación. Dos, esta marcha ha sido la plataforma para reflexionar colectivamente respecto: al tipo de sociedad que queremos ser, al tipo de modelo económico que queremos, al tipo de relaciones deseables entre el Estado y la sociedad, en el sentido de que los gobiernos deben responder a los intereses del pueblo, deben escuchar, deben “mandar obedeciendo” como ya nos enseñó el movimiento zapatista.
Aún cuando la consigna central de esta gran marcha ha sido “sin maíz, no hay país”, ésta ha podido aglutinar y convocar a una gran diversidad de demandas concretas que surgen de los agravios y necesidades de cada uno de los sectores sociales que han salido a la calle a manifestarse contra un régimen, sordo, autoritario, que no tiene patria.
* La autora es maestra en Ciencias Educativas por el IIDE-UABC, y estudiante del doctorado en Ciencias por el DIE-Cinvestav-IPN.