martes, abril 01, 2008

Propagar el interés sobre su obra, el mayor tributo a Inés Arreondo


* Perteneciente a la generación de medio siglo, la escritora sinaloense es dueña de una compacta pero sólida narrativa

Por Víctor Magdaleno

magdaleno23@hotmail.com

“El sentido último del erotismo es la fusión, la supresión del límite”

Inés Arredondo

Si alguna utilidad práctica tienen las sesiones de homenaje que se rinden a tal o cual autor, sea escritor o artista, es propagar el interés sobre su obra, y eso es seguramente lo sucedido con el que se brindó a Inés Arredondo el jueves pasado en el Centro Cultural Tijuana. En su caso, el homenaje adquirió una forma múltiple, según lo atestiguaron los numerosos asistentes que se dieron cita en la lectura colectiva de su obra, en la que participaron decenas de personas, al igual que en la mesa de análisis sobre su narrativa, en la que Olimpia Ramírez, Rogelio Arenas y Argelia Covarrubias expresaron sus puntos de vista sobre la narrativa de la escritora sinaloense, y la escenificación de uno de sus relatos, “La Sunamita”, a cargo este último de Vianka Santana.

El homenaje, organizado como parte del programa “En marzo la fiesta es de las mujeres”, permitió a muchos redescubrir a esa gran narradora que fue Inés Arredondo. De ella se dice que fue “una cuentista más aplaudida que leída y más adulada que comprendida”, de modo que el tributo que se le ofreció la semana pasada bien pudo contribuir a que sea releída. Su obra lo merece ampliamente, no obstante que desde 1965 —año en que se publica su primer libro—fue motivo de escasos comentarios críticos, pero al mismo tiempo algunos lectores comenzaron a interesarse en su obra. No fue sino hasta 1991, cuando Siglo XXI edita sus Obras completas, que resurge el interés por esta narradora.

Inés Arredondo nació en Culiacán, Sinaloa, en 1928 y murió en la Ciudad de México en 1989 (aunque ella misma poco o nada tuvo que ver con la política, su vida transcurrió entre los años de ascenso y caída del sistema político mexicano: 1928, muerte de Obregón y el nacimiento, al año siguiente, del Partido Nacional Revolucionario, convertido luego en Partido Revolucionario Institucional, que dominó la escena política nacional en forma exclusiva hasta 1989 en que reconoció al primer gobernador surgido fuera de sus filas).

Integrante a la generación de medio siglo, a la que pertenecen también Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Sergio Pitol, Salvador Elizondo, Tomás Segovia, Julieta Campos y José de la Colina, Arredondo es dueña de una breve pero sólida obra narrativa, cifrada en tres libros de cuentos, La señal (1965), Río subterráneo (1979) y Los Espejos (1988), un volumen de ensayos, Acercamiento a Jorge Cuesta (1982), una novela Opus123 (1983) y un cuento infantil Historia Verdadera de una Princesa (1984).

En años recientes, su narrativa ha vuelto a despertar un interés creciente y se han publicado varios libros sobre su obra. Como parte de ese resurgimiento, la estudiosa Miriam Mabel Martínez publicó en Casa del Tiempo un estudio suyo sobre la escritora sinaloense tomando como eje dos cuentos: “La Sunamita” —perteneciente a su primer libro, La señal– y “Sombra entre sombras” —del libro Los espejos—, entre los cuales encuentra una serie de convergencias significantes. En su opinión, ambos relatos “son la representación trágica de las transgresiones sexual y espiritual de la inocencia: inocencia como sinónimo de pureza, juventud, ignorancia, feminidad; y transgresión como sinónimo de vejez, conocimiento, perversión, masculinidad”.

Los dos cuentos aparecen como protagonistas dos mujeres jóvenes, Luisa y Laura, cuya belleza es codiciada por dos hombres maduros, pero a quienes anima secretamente el deseo de mancillar la inocencia representada por las dos muchachas, “profanar la belleza virginal”.

En “La Sunamita”, Luisa llega a cuidar a su tío agonizante (Apolonio), quien en su lecho de muerte primero le comparte sus recuerdos, que es una forma de hacerla suya obligándola a compartir su vida, y al cabo de los días le propone matrimonio. Presionada por su entorno social, ella acaba aceptando, confiada en que su tío (ahora su marido) morirá pronto y que el matrimonio jamás será consumado. Pero, lejos de que sea así, Apolunio parece rejuvenecer con la cercanía de la muchacha, en una especie de vampirismo de su juventud, hasta que sacia en ella su deseo sexual.

En el caso de “Sombra de sombras”, Laura es pretendida por Ermilio Paredes, un anciano ricachón, cuya mejor arma es la paciencia. No la corteja directamente a ella, sino lo hace a través de su madre, a quien sabe despertar la codicia por sus bienes hasta que está apta para convencer a su hija de que lo acepte en matrimonio. La joven, ingenua e inexperta, se deja persuadir por las fantasías que le despiertan las palabras de su madre y termina aceptando casarse con el vejancón, lo que la conducirá a un mundo insospechado, pues al paso del tiempo se hace amante de Samuel, un joven ingeniero que le ha presentado su propio marido, quien no sólo se muestra permisivo sino que la persuade de que los tres participen en sesiones orgiásticas.

Más allá de las diferencias que separan a estos relatos, ambos convergen en una serie de elementos comunes: las dos historias narran en el fondo los ritos de iniciación sexual de las dos chicas, pero también en ambos relatos se consuma la trasgresión sexual, no importa que haya sido dentro del matrimonio, pues en ambos se trata de relaciones incestuosas. “El escenario para la transgresión no puede ser mejor: la familia, el orden social, la ley” y “la trama narrativa es sencilla: el rito de iniciación”, afirma Miriam Mabel, cuyo estudio puede consultarse en www.difusioncultural.uam.mx/revista/mayo2004/mabelmartinez.html