martes, febrero 19, 2008

La realidad perturba si se ve de frente


Libro de Alejandro Almazán sobre un caso que causa conmoción, estrictamente verídico, se presenta este jueves en el Cecut

Por Víctor Magdaleno

magdaleno23@hotmail.com

Gumaro de Dios, el Caníbal, de Alejandro Almazán, es un texto perturbador y aunque quisiera ser de otra manera, no puede evitar la estela de estremecimientos que va dejando en el lector mientras recorre sus páginas, pues reconstruye un sonado caso de canibalismo sucedido en 2004 en uno de los sitios más famosos de Cancún y el turismo mundial: Playa del Carmen.

El libro hurga en la vida de un albañil tabasqueño que en un arranque de ira o locura y sumamente intoxicado por la droga que han estado consumiendo en los últimos días, asesina a su compañero de juerga y convive varios días con el cadáver mientras come parte de sus órganos, en un episodio que causó conmoción dentro y fuera del país, donde resonó con amplitud. Gracias a un denunciante, agentes de la policía detuvieron a Gumaro en el mismo lugar de los hechos y, según reportaron, lo encontraron adormilado junto al cadáver, abierto en canal y sin varios órganos. El hallazgo de una olla con restos de caldo preparado con costillas de la víctima y el corazón a medio asar sobre una parrilla improvisada, añadió detalles grotescos que usaron los medios para atizar el morbo y, como es común en estos casos, presentar al albañil como un monstruo, un demonio, sobre todo a raíz de que Gumaro de Dios Arias confesó haber asesinado y devorado a quien era además su amante (un detalle que aquilataron muy bien los medios habituados al sensacionalismo).

Random House, la editorial que ha publicado el libro, lo presenta como una crónica literaria, y lo es, desde luego, si se atiende al estilo del autor y el uso de un lenguaje preciso que evita los adjetivos fáciles; pero más justo es decir que se trata de una crónica periodística o un reportaje de investigación, no solamente porque desde su origen el texto se propuso documentar este caso verídico, sino porque es notorio el es-fuerzo de Almazán por mantener la suficiente distancia crítica respecto al asunto. No siempre lo logra o no del todo, acaso porque resultaba imposible debido a lo impactante del caso, y por momentos insinúa, si no simpatía, sí al menos compasión por el esperpento fabricado por los medios.

Y si algo queda de manifiesto a lo largo del libro es la voluntad del autor de atenerse estrictamente a los hechos, cuya reconstrucción hace con las herramientas propias del periodista: recabando testimonios del propio asesino y de quienes lo conocieron en distintas etapas de su vida, lo que lo lleva a entrevistar a sus hermanas, y a personas que conocieron y trataron a Gumaro mientras permaneció en cárceles de Quintana Roo (luego de ser diagnosticado esquizofrénico paranoide, Gumaro fue trasladado a un centro federal de rehabilitación locali-zado en el estado de Morelos, donde Almazán lo entrevista un par de veces más).

Hallarse frente a frente con alguien que no sólo ha sido capaz de quitarle la vida a su compañero sexual y de parrandas, sino comerse varias partes de su cadáver, exige al menos el aplomo necesario para reprimir algún gesto, así fuera involuntario, de repugnancia o condena, lo que habría echado por la borda el trabajo.

Por lo demás, la escritura del autor es lo más parecido a un bisturí, filoso, preciso, que di-secciona los pliegues del caso y busca dirigirse a lo más hondo. Un escalpelo, blandido con firmeza y pasión, cuyo cometido es alejarse lo más posible de la superficie y llegar hasta donde tope. Hay en ese cometido una clara intención por mirar detrás del mito que cons-truyeron los medios en forma vertiginosa al divulgar el episodio.

En casos de este tipo (como el reciente del, así llamado, caníbal de la Guerrero o el poeta caníbal), la mayoría de los medios suele ensañarse con el acusado, aun cuando no se haya probado su culpabilidad, adjetivándolo con sadismo: monstruo, depravado, engendro demoníaco, es lo menos que se les echa a cuestas sin detenerse a indagar quién es este sujeto o qué lo llevó a cometer lo que se le imputa, les basta con motejarlo con algún nombre que resalte su presunta naturaleza siniestra.

En el tipo más común de nota roja, el reporte-ro, lejos de limitarse a informar, se erige en ministerio público y con un mínimo de evidencias dudosas decreta la culpabilidad de los indiciados para, a renglón seguido, convertirse en juez implacable que emite su sentencia. A Almazán ese tipo de periodismo le causa urticaria, de allí que su texto sea lo más distante de la nota roja habitual y se propone, más que reconstruir los trágicos sucesos, comprender los motivos que llevaron a Gumaro de Dios (ése es su apellido) a descender a sus infiernos. Lejos de enjuiciarlo, desde la primera vez que lo entrevista en el penal de Cancún, Almazán abre sus cartas y cuando el reo le pregunta “¿Por qué quieres hablar con un caníbal?”, el periodista confiesa: “Porque quiero saber por qué te pasó esto”. Armado con la claridad de ese propósito, el autor busca dejar constancia de la larga serie de sucesos que desembocarán en aquel día desdichado, desde la infancia transcurrida en la miseria de los pantanos de la Chontalpa, su paso por la desvencijada escuela del lugar, su fugaz pertenencia al Ejército y su huida a Cancún donde se emplea como albañil y lleva una vida miserable.

Almazán cuida, ciertamente, no enjuiciar a Gumaro de Dios, pero tampoco lo exonera, y aunque llega a convencerse de que está ante un caso de extravío mental extremo, se niega a cerrar el expediente con el recurso fácil de declararlo loco; se obceca más bien en comprender los pequeños motivos que fueron llevando a una vida, que es tan común que podría ser la de cualquiera, a desembocar en aquel episodio en que un hombre de tez oscura es detenido junto a un cadáver abierto en canal al cual ha devorado parte de sus entrañas.

Un libro que suscita todo, menos una lectura indiferente.