martes, febrero 19, 2008

El crimen de Juan Soldado sublevó a la muchedumbre


Recuerda investigador el incendio del cuartel militar para exigir la entrega del culpable del asesinato de una niña de 8 años

Por Víctor Magdaleno

magdaleno23@hotmail.com

“Un terrible motín ocurrió en Tijuana”, tituló a ocho columnas el periódico Excélsior su edición del 15 de febrero de 1938 para dar cuenta de la trifulca registrada la noche del 13 y la mañana del 14 de febrero en esta frontera: “Una turba atacó la cárcel, la incendió y entabló una balacera contra los soldados”, informaba el Excélsior y añadía que el general Manuel J. Contreras, jefe de la II Zona Militar, para calmar los ánimos de la población enfurecida garantizó que se haría justicia en el caso del soldado Juan Castillo Morales, acusado de ultrajar y degollar a una niña de ocho años, Olga Consuelo Camacho Martínez, a unos metros de la guarnición militar.

Centenares de pobladores, un millar, según las crónicas del época, destrozaron la comandancia de policía exigiendo la entrega del soldado (y futuro santo). Cuando la turba estaba a punto de tomarlo en sus manos, intervino el general Contreras para ofrecer que se aplicaría la ley con todo rigor. La multitud se dispersó por el momento, pero los ánimos rijosos no se aplacaron completamente y horas después la turba arremetió contra el cuartel militar e incendió uno de sus costados.

Entre tanto, un tribunal resuelve en forma sumarísima que el cabo Juan Castillo Morales es culpable de los delitos de ultraje y asesinato en agravio de la menor y ordena que se le aplique la ley fuga, que se ejecuta en las horas siguientes por los rumbos del panteón número 1, en la avenida Carranza. Allí muere el cabo Castillo y casi de inmediato surge el mito de Juan Soldado.

Esos hechos sucedieron hace 70 años, pero aún hoy siguen causando polémica, lo cual no resulta extraño, considera el historiador Gabriel Rivera Delgado, pues, en su opinión, el tema de Juan Soldado forma parte, junto con el casino de Agua Caliente y los sucesos de 1911 (la “invasión filibustera”, según sus detractores), de los episodios de la historia de Tijuana que más apasionadamente se discuten aún hasta nuestros días.

Consultado sobre cómo pudo convertirse un asesino, conforme a las evidencias disponibles, en santo, el coordinador del Archivo Histórico de la ciudad sostuvo que sin duda influyó el hecho de que desde el principio quedó sembrada la duda sobre la verdadera culpabilidad del cabo Castillo o si, como aseguran otras versiones, él sólo fue un chivo expiatorio para ocultar al verdadero asesino de la niña. Lo cierto es que al poco tiempo de su entierro comenzaron a aparecer en la tumba de aquel soldado oaxa-queño pequeños montones de piedras y años después, con el auge de la migración, pasó a convertirse en santo de los migrantes y de los niños descarriados.

Pero más que la historia de Juan Soldado, fue la revuelta desatada por el crimen de la niña Camacho Martínez la que ocupó la atención de los asistentes a la charla que ofreció José Saldaña Rico, titulada “Juan Soldado: un mito forzado”, el jueves pasado en una sesión más del ciclo “Conversaciones con la historia de Tijuana”, que organiza el Archivo Histórico de la ciudad en el antiguo Palacio Municipal, uno de los escenarios de la trifulca de 1938.

Apoyado en documentos de la época y testimonios de personajes muy cercanos a la tragedia (entre ellos, una entrevista con la madre de la niña victimada), Saldaña Rico, un investigador independiente que ha consagrado buena parte de su vida a recabar evidencias documentales de la historia de Tijuana, pintó a grandes trazos la indignación popular que desató el crimen del soldado y contó para ello con el auxilio del testimonio de don Carlos Escandón, uno de los protagonistas de la revuelta y quien, según relató, prendió fuego al cuartel militar, luego de haberle rociado gasolina. Al comenzar el incendio, recordó este hombre de 88 años y origen ensenadense, la tropa enfrentó a la multitud, que seguía enardecida, hasta obligarla a dispersarse. En los minutos siguientes, la muchedumbre se reagrupa y resuelve marchar ahora contra Palacio Municipal, en Segunda y Constitución, con el propósito de prenderle fuego también, sólo que, como había llovido mucho los días anteriores y hubo inundaciones de algunas zonas de la ciudad, varias familias damnificadas estaban en Palacio, lo que finalmente impidió a los manifestantes consumar sus planes incendiarios.

El mismo día de la revuelta, después del atardecer, Juan Castillo Morales moría abatido por las balas de un pelotón. Murió el hombre y casi al mismo tiempo nació el mito.

No hay una explicación sencilla que permita comprender la forma en que el presunto ase-sino de una niña indefensa pudo ser elevado a los altares (sólo en el ánimo y las creencias de la gente, porque la Iglesia católica siempre se ha negado a reconocer su supuesta santidad) y lo más seguro es que la explicación última no sea otra que los misteriosos caminos que el fervor popular elige para entronizar a personajes e imágenes a los que se atribuye favores y milagrerías. Lo cierto es que 70 años después, la figura de este soldado oaxaqueño que entró a la posteridad no por la puerta principal, sigue causando polémica.