Reconocer la verdad fundamental y el mismo anhelo de búsqueda subyacente en todas las tradiciones espirituales del planeta es un paso muy importante para la unificación y la paz. Pero podemos ir incluso más allá…
(Primera de varias partes)
Si somos capaces de reconocer la continuidad y lógica de las diferentes manifestaciones de lo absoluto en la historia de la humanidad que han dado origen a esas diversas tradiciones espirituales, religiosas o no, milenarias o contemporáneas, incluyendo en el rompecabezas o en el hilo conductor, también a la historia de la ciencia occidental en su búsqueda de la verdad última sobre el universo, la energía, la materia, la vida y el ser.
El gran cambio de conciencia planetario que está en manifestación nos exige ir más allá de los límites, culturales, geográficos o históricos entre los pueblos, y ser capaces de visualizar la historia de la humanidad entera como un proceso de desarrollo coherente de un solo ser conciente en evolución a través de la evolución de la mente colectiva de los pueblos, misma que a su vez evoluciona a través de la evolución de los seres individuales.
Este ser conciente humano, campo planetario unificado, tal vez inició su búsqueda trascendente, de su origen y fin, en la conexión con las fuerzas primarias de la naturaleza, fuego, viento, tierra, lluvia, etc. Luego llegó a la comprensión y certeza de la presencia de la gran Madre. Y así siguió creciendo durante todas las edades prepatriarcales, hasta que inició su búsqueda del gran Padre, y en su primer acercamiento llegó a la representación simbólica de las cualidades divinas en un gran número de deidades o dioses.
Los panteones griegos y romanos nos muestran esto, pero sin duda alguna la tradición hindú llegó a profundidades increíbles en este desdoblamiento de las potencias celestiales en un sin número de dioses. Al tiempo que en la China imperial se cristalizaba la comprensión de la dualidad y los opuestos, el Tao, como ley fundamental y transversal presente en todo.
Luego el príncipe Sidharta Gautama iniciaría un viaje sin retorno hacia las profundidades de sí mismo que lo transformaría en el Buda, dejándonos el legado del conocimiento profundo de la mente humana como aquel lugar mágico donde residen todas nuestras desdichas y realizaciones, demostrando a los habitantes de la Tierra y los Cielos el potencial latente en el ser humano para romper todas las barreras y limitaciones y elevarse por encima de este mundo de ilusión, la realización máxima, la Iluminación. Y tal como ha sucedido con tantas tradiciones, su figura y su camino se convirtieron en religión, justamente lo que él mismo rechazó.
Afortunadamente en este tiempo profético y de renacimiento, 2500 años después de su muerte, tal como estaba vaticinado, la técnica, no la teoría de la religión budista, sino la técnica de trabajo con la propia mente, la técnica de meditación del Buda, Vipassana, está de nuevo disponible y se difunde por el planeta con alegría en cursos y talleres.
Y como no reconocer la unidad, continuidad y desarrollo del mensaje de Dios en la línea del medio oriente. Comenzando con la tradición Zoroastriana, la primera en presentar a la humanidad el conocimiento de los ángeles, siguiendo con la tradición Hebraica, el Judaísmo y su gran aporte de un Único Dios Omnipotente, Omnipresente, Eterno y Universal, el Gran Padre Creador. Y la importantísima dispensación divina de los 10 mandamientos a Moisés, apropiada para un tiempo, un estado mental, una etapa de desarrollo de la mente colectiva, en la que era necesario el no esto, no aquello, tampoco esto otro, cuando el ser humano sólo estaba listo para entender el ojo por ojo, diente por diente, como fuente de criterio moral para las relaciones y las decisiones.
Luego estuvimos listos para la ley del amor, más profunda y sencilla; de 10 pasamos a un solo mandamiento, mucho más elaborado y místico, y por supuesto mucho más difícil de entender e incorporar. La presencia de Jesucristo en nuestro planeta, su ejemplo, su enseñanza y la fundamental Redención de la humanidad, son vitales para comprender y sentir profundamente, para entender a cabalidad la naturaleza de los tiempos y el proceso actual de la humanidad en este planeta. Y de ahí, una vez más, nace una religión organizada con todo lo que ello implica y ha implicado en nuestra historia en relación con la Iglesia y la Santa Sede.
Y 500 años después, en esa misma región, en esa misma línea de Abraham, aparece Mahoma y el proceso de revelación del Corán, el más puro libro revelado a la humanidad, escrito por un sólo hombre a través de muchísimos años de revelación. Es el nacimiento del Islam y su magnifico aporte y aroma de sumisión y rendición total ante Dios, un fervor y una devoción flameante en el corazón del devoto, que por supuesto han sabido canalizar algunos jerarcas para llevar a los fieles a cometer actos demenciales. Y de esta línea surgiría el Sufismo como su más bella flor.
Luego vendría el ascenso europeo, su expansión colonialista, el inicio del desarrollo material y la ley del progreso económico, y en este fértil terreno nacería la ciencia moderna, totalmente divorciada de la religión o cualquier tipo de espiritualidad, con un compromiso agnóstico y racional de revelar los secretos profundos del universo, de encontrar la leyes universales y matemáticas que explican y rigen el origen y dinámica del mundo. Dios, no sería necesario como explicación última de la realidad.
Y como para que no quede dudas de la maestría y belleza del Plan, tras 400 años de progreso y avance científico, la serpiente del proceso se muerde su cola, y ante los atónitos ojos de los investigadores que cabalgan en la punta de la flecha del desarrollo de la ciencia, aparece de repente un mundo misterioso, maravilloso, con aroma a Dios, a Espíritu, a Propósito, a Supraconciencia.
* Texto escrito por Jorge Calero, el mono enlazador - lacarretadelapaz@yahoo.com
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