El fenómeno es más frecuente en países subdesarrollados, pero existe en EU y Europa
Inquietan a estudiantes de carreras artísticas la falta de espacios y los trabajos mal pagados
México necesita ingenieros, pero también poetas y filósofos, coinciden UNESCO y UNAM
El sector también puede generar bienestar; apoya el GDF con créditos empresas de creadores
“Yo nunca he visto en el periódico un anuncio que diga: ‘Se solicita artista visual’. Hay muchos solicitando plomeros, cobradores, mecánicos. Pero artista visual, nunca.”
Con esta frase lapidaria, la madre de Pablo Marín, estudiante de dicha carrera en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), trató de convencer a su hijo de que no se dedicara a una profesión en la que, según ella, el destino es “morirse de hambre”, como en todas las artísticas.
La máxima casa de estudios, sin embargo, no es de la misma opinión. A mediados de 2007, la rectoría se pronunció en contra de que la educación pública se subordinara a las exigencias del mercado, y dijo que el país “necesita ingenieros e informáticos, pero también filósofos, sociólogos, poetas, directores de teatro y de cine”.
La Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) coincide con esta opinión, y desde hace 10 años ha insistido en remarcar la importancia del arte para la sociedad, por ser un “factor determinante para la preservación de la identidad de los pueblos y la promoción del diálogo universal”.
Sin embargo, para nadie es un secreto que, en un entorno general de precariedad laboral en México, los egresados de las carreras artísticas y humanísticas suelen ocupar los escalones más bajos entre los profesionistas.
“Estudié artes visuales y no me morí de hambre, pero tampoco me fue como hubiera querido”, dice Marín, de 32 años, quien como encuestador del Instituto Federal Electoral y corrector de estilo ha ganado más que con los dibujos y diseños que aprendió a hacer en cuatro años de licenciatura.
Una carencia mundial
Este no es un fenómeno nuevo, pero en tiempos recientes se ha empezado a analizar de forma más seria.
Como informó este diario en su momento (La Jornada, 10 de abril de 2007), la UNESCO advirtió que México es uno de los países donde peores condiciones de vida tienen los creadores, ya que no cuentan con seguridad social, jubilación, régimen tributario especial ni seguro de desempleo.
Aunque es en los países subdesarrollados donde esta situación se presenta con más frecuencia, la precariedad laboral entre los artistas también existe en Europa y Estados Unidos, y España es uno de los países donde más se ha sistematizado el análisis del problema.
De acuerdo con un estudio reciente de la Asociación de Artistas, Intérpretes, Sociedad de Gestión (AISGE), más de dos terceras partes de los actores españoles están desempleados o subempleados, y sólo la tercera parte restante vive de su profesión, con ganancias que apenas superan mil euros al mes (16 mil pesos).
El colectivo feminista bilbaíno Artísimas, por ejemplo, denuncia en su página web (artisimas.googlepages.com) que “la precariedad define casi todos los trabajos en el terreno de la producción cultural. La primera carencia de los artistas es su inconsciencia como trabajadores (…), con un interés económico muy secundario (todo por amor al arte) o abiertamente cínico (todo sea por la pasta)”.
En México, prácticamente no se han realizado estudios específicos que brinden cifras o análisis sobre la precariedad laboral entre los artistas, a pesar de que el desempleo es uno de los fenómenos económicos que más afectan a la población en general.
Del pesimismo a la autopromoción
En un sondeo realizado por La Jornada entre estudiantes de diversas carreras artísticas, predomina un sentimiento de inquietud sobre la falta de espacios y los empleos mal pagados, pero también hay quienes subrayan que el buen o mal desempeño laboral depende más del creador que del entorno.
Laura Vargas, estudiante de arpa en la Escuela Superior de Música (ESM), cuenta, por ejemplo, que en el medio musical mexicano prevalece el malinchismo, y las oportunidades de incorporarse a una orquesta, donde el sueldo promedio es de entre 5 y 7 mil pesos, son escasas.
“Trabajé de maestra de música en un kínder. Me exigían mucho, pero sólo me pagaban mil 100 pesos a la quincena, y un arpa de buena calidad, que necesito para estudiar, cuesta más de 100 mil pesos”, dice la intérprete, de 24 años de edad.
Francisco Córdova Azuela, estudiante de 21 años de la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea, señala que “conseguir trabajo de bailarín no es fácil, por eso muchos desertan. Lo curioso es que es más duro encontrar trabajo aquí, aunque nuestro nivel sea mejor que el de muchos países, donde sí apoyan los proyectos artísticos”.
Emiliano Ortega, estudiante de 31 años de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, prefiere ser irónico al decir que en esta época los artistas no pueden sentirse peor que los demás, “porque nadie tiene trabajo. He sido panadero, planté árboles, arreglé lavadoras, ¡he hecho de todo! Los artistas a veces trabajamos demasiado, pero la gente nos ve como zánganos. Persiste la idea de que el arte es algo superfluo o accesorio, y mientras no haya profesionalización en las escuelas de arte, no vamos a llegar muy lejos”, considera.
Entre los actores, la eventualidad laboral es aún mayor. “Mi carrera profesional –sintetiza la actriz Maripaz Amaro, de 35 años de edad– ha sido el reflejo de la parálisis del sector cultural. Soy una víctima histórica del momento por el que atravesamos, en el que nos quieren volver un país maquilador.”
Si bien es cierto que en la actuación es casi imposible obtener un puesto fijo de trabajo, “hay mucha gente brillantísima que no logra hacer una carrera sólida y se le pasa todo el tiempo freelanceando por 4 o 6 mil pesos. Los mexicanos tenemos la mala costumbre de terminar trabajando sólo por amor al arte”.
Sin embargo, no todos los profesionistas del arte comparten esta visión oscura. Diana Velásquez, egresada de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), cuenta que empezó a trabajar desde antes de entrar a esa institución y, con el tiempo, montó su propio negocio de restauración de libros y obra gráfica contemporánea.
Por un trabajo de una semana, puede ganar entre 3 mil y 12 mil pesos, y sus clientes son coleccionistas privados, museos e instituciones académicas. “No creo que necesariamente le vaya mal a quien estudia una carrera artística. Depende mucho de que seas movido, propositivo y crees tus propios espacios”, dice.
Jonathan Rojas, de 27 años, estudiante de letras hispánicas en la UNAM, tampoco tiene motivos para quejarse. “Trabajo de profesor, y me han servido mucho mis conocimientos lúdicos sobre música, teatro e idiomas.
“Tocando en un bar conseguí un proyecto editorial, y también doy cursos y talleres de creación literaria y expresión corporal. Pienso que la mala fama de estas carreras es un pretexto que muchos agarran para quejarse a gusto, y no me voy a sumar a ese círculo vicioso”, añade.
Microcréditos del GDF a artistas
Frente a esta situación, el Gobierno del Distrito Federal (GDF) anunció a finales del año pasado la puesta en marcha del programa Imaginación en movimiento, mediante el cual otorgará microcréditos a artistas para que inicien proyectos autosustentables de empresas culturales.
El monto de los créditos puede ir de 50 mil a 300 mil pesos, y se otorgan una vez que el creador o colectivo solicitante toma un seminario de gestión cultural, en el que define los términos de su proyecto. La convocatoria ya está abierta y puede consultarse en la página www. cultura.df.gob.mx.
La antropóloga Lucina Jiménez, miembro del Consejo de Fomento y Desarrollo Cultural del GDF y una de las principales impulsoras de este esquema, afirmó en entrevista con La Jornada que el objetivo es explotar el enorme potencial económico del sector cultural y romper con la inercia paternalista de la ayuda gubernamental a los creadores.
“Si bien es cierto que los artistas no tienen las condiciones de otros profesionistas, como dentistas o abogados, hay que entender que el sector cultural también puede generar empleos y bienestar, a contracorriente de una sociedad que aún no entiende su importancia”, señaló.
En la actualidad, “no hay nada que cobre más valor que la creatividad, la innovación y lo intangible. El conocimiento y los lenguajes artísticos permiten que la sociedad se transforme a sí misma, y desaprovecharlos se traduce en pérdida de oportunidades para insertarse en los principales movimientos de la economía mundial”.
Hay diversos estudios de instituciones de Europa y Estados Unidos, apuntó Jiménez, que demuestran que “el sector económico que ha crecido con mayor dinamismo, genera más empleos y regenera el tejido social es el de la cultura.
“Si no invertimos en creatividad, nos estamos quedando atrás. El arte contemporáneo mexicano tiene un gran potencial y cuando se le difunde en el extranjero, cambia la imagen folclórica y estática del país.”
Se puede circular en el mercado del arte, añade Lucina Jiménez, “con el planteamiento más radical, y sin traicionar tus criterios estéticos. Seguimos necesitando obras de arte que nos conmuevan”.