* El CDATE inicia cursos y talleres de teatro en Ensenada
Por Ángel Isaías Silva *
Quienes nos dedicamos al quehacer teatral, recordamos con claridad y precisión la primera vez que fuimos tocados por la magia del teatro siendo niños; guardamos en la memoria los rostros pálidos, las manos blancas, las mallas negras; la voz engolada, el cuerpo diestro, los telones; los decorados, la trama, etcétera... A partir de entonces, nuestra idea del mundo cambió sin saber por qué. Y es que la espina del teatro se quedó clavada para toda la vida, puesto que más tarde caminamos por ese sendero tan complejo y gratificante como es el teatro.
De curso en curso, de taller en taller, hasta llegar a nuestra formación universitaria, fuimos notando su profundidad ética, su valor estético, su importancia social, su trascendencia cultural, su dimensión filosófica, su carácter poético; sus aportaciones al campo de la medicina, a la psicología, y por supuesto, su vinculación con el ámbito educativo. Pero sobre todas las cosas, comprendimos que el teatro transforma la realidad que toca, la vuelve otra más sutil e interesante. En suma, el teatro nos abrió el camino de la creación y de la realización personal para ser nosotros mismos.
Sin duda alguna, el teatro nos llevó primeramente a valorar nuestras potencialidades, a descubrirnos como individuos sensibles, a percibir el mundo desde múltiples enfoques a través de la reflexión y de la crítica. En segunda instancia, nos llenó de sueño, nos ofreció una fuerte dosis de imaginación y de locura con la que fuimos derribando nuestros propios límites.
Es decir, transitamos por las oposiciones para ir de la complacencia a la crítica, de la apatía al activismo, del individualismo a la colectividad, de la pasividad a la rebeldía, de la inhibición a la libertad, de la imitación a la creatividad. Para finalmente darnos cuenta que la creatividad es amiga de la utopía, que estar en ella, significa un segundo de plenitud y que dos minutos después hay que seguir buscando.
Indudablemente, el teatro nos permitió descubrir, conocer y reconocer universos latentes dentro de nosotros mismos. Nos ayudó a desenredar hilos de humanidad para comprender mejor lo que somos. Contrariamente a lo que pueda suponerse, el teatro nos despojó de máscaras, reafirmó nuestro sistema de creencias y nos llenó de sentido para ser en el mundo.
Hoy a más de veinte años de haber probado el arte teatral por primera vez, sé que nuestros maestros tenían razón: “el teatro se trasmite por contagio”. No se puede creer en el teatro sin experimentarlo, no hay teoría que seduzca tanto como la vivencia, ni droga tan adictiva como la presencia de un auditorio por pequeño que éste sea.
Sé también, que implica un alto nivel de exigencia en cualquiera de sus campos, que la calidad es fruto de la paciencia y del trabajo continuo. Que es un quehacer harto cuidadoso, diría que frágil, puesto que integra todas las esferas de la naturaleza humana: cuerpo, mente, emoción, espíritu. Por ello, veo en el teatro a una comunidad de fieles que se reúnen a celebrar ritos de toda especie, dispuestos a compartir hallazgos y a trascender soledades.
Indudablemente tengo que subrayarlo, el teatro siembra caminos fértiles a la creación que con el paso del tiempo echan raíces para brotar en aspiraciones de mundo.
* El autor es director del CDATE (Centro de Desarrollo Artístico Teatral Ensenada) que este 3 de Febrero inicia cursos y talleres de arte teatral. Mayores informes al (646) 141 63 72, o en el anuncio adjunto.