martes, enero 29, 2008

Epílogos


* De historia colonial, melodramas de Hollywood y decepciones amorosas

Por Sergio Rommel Alfonso Guzmán

Si volviera a nacer, sin duda, apostaría mis horas y días para estudiar historia, que juntamente con la lingüística y las matemáticas me parecen las disciplinas que de verdad importan. Por ello, de vez en cuando irrumpo en la selecta biblioteca de mi amigo Gustavo Mendoza (el nuevo orgullo tecatense) y extraigo (con su venia) algún ejemplar que documenta mi ignorancia acerca de la historia y alimenta mi desánimo por el historiador que nunca fui. De mi última vista salgo bajo el brazo con Historia de la antropología indigenista: México y Perú (UAM, 1993) del que sólo leo un capítulo (II. “Estudiosos de las culturas indígenas”); suficiente para el deslumbramiento y la amargura; por abandonar dicha lectura a favor de las lecturas obligadas.

Las crónicas de Indias redactadas por frailes de diversas órdenes están impregnadas por la vocación evangelizadora. Su preocupación central no es estrictamente histórica sino dependen de una teleología soteriológica. “Conocer para evangelizar” es la consigna que motiva su escritura como lo explicita Bernardino de Sahagún en su Historia de las cosas de la nueva España (1589) al señalar que “el médico no puede acertadamente aplicar las medicinas al enfermo sin que primero conozca de qué humor o de qué causa procede una enfermedad”. Por tanto la descripción de las costumbres y creencias de los aztecas (Sahagún), los mayas (Diego de Landa) o de la cultura incaica (Bernabé Cobo) no procede en primer término de una preocupación antropológica sino pastoral. Entender dicho principio es fundamental a la hora de someter las narraciones de los frailes al escrutinio historicista. No estamos —por tanto— ante una verdad histórica sino ante una verdad romanesca; esta distinción hecha por un historiador de la Universidad Iberoamericana, del cual no logro recordar su nombre.

La evangelización de América no debe por tanto situarse en una historia política, social o económica sino en la historia de la salvación. Para Bernardino de Sahagún los indios mexicanos no son pecadores comunes (borrachos, mentirosos, etcétera) sino idólatras que engañados por Satanás cometen los actos más reprobables como sacrificar a sus niños a una divinidad diabólica. Dichos pecados no son cometidos por una fractura moral de los mexicanos sino por una maquinación perversa de Satanás: “No se debe tanto imputar [el sacrificio de los niños] a la crueldad de los padres... cuando al crudelísimo odio de nuestro enemigo antiquísimo Satanás” (Libro I de Historia...). Por el contrario; Sahagún encuentra en los indios mexicanos no sólo una habilidad para el aprendizaje de la ciencia y la tecnología (“en los oficios mecánicos son hábiles para aprenderlos y usarlos”) sino también una habilidad moral (natural) de tal forma que tienen “la austeridad como tónica de vida” y en algunos aspectos su forma de vida previa a la conquista supera a la de las naciones europeas: “en las cosas de policía echan el pie adelante muchas otras naciones que tienen gran presunción de políticas”.

Por su parte Diego de Landa (1524-1579) reconoce en los nativos americanos “la buena costumbre de ayudarse unos a otros en todos sus trabajos” (Relación de las cosas de Yucatán, 1566). Sin embargo, al fin de cuentas De Landa sucumbe a la lógica del conquistador justificando el régimen de explotación impuesto sobre los nativos: “yerran mucho los que dicen que, porque los indios han recibido agravios, vejaciones y malos ejemplos de los españoles, hubiera sido mejor no haberlos descubierto, porque vejaciones y agravios mayores eran los que unos a otros hacían perpetuamente matándose, haciéndose esclavos y sacrificándose a los demonios”.

José de Acosta (1540-1600) desempeña una tarea más vinculada al magisterio que a la evangelización. Participa como teólogo consultor en el Tercer Concilio Limense entre 1582-1583. La primera fase de evangelización se considera terminada para lo cual ahora habría que definir el modelo religioso del nativo americano. En cierta mediada, De Acosta es un evangelizador de segunda generación ya que no tuvo como Sahagún y De Landa una amplia experiencia misional. Su De procuranda indorum salute (1588) “no es propiamente un estudio de antropología de la religión sino un manual de teología pastoral” (p. 95). Sin embargo, su tratado es importante ya que incluye a los nativos americanos como una especie susceptible de ser salvada (“no osemos afirmar que algún de hombres está excluido de la común salvación de todos”). Por otro lado cuestiona los métodos violentos y de avasallamiento de evangelización: “Esforzarse en quitar primero por fuerza la idolatría, antes de que espontáneamente reciban el evangelio siempre me ha parecido cerrar a cal la puerta del evangelio a los infieles en lugar de abrirla”.

En Historia natural y moral de las Indias (1590) De Acosta apuesta por un modelo de evangelización que respeta la cultura nativa “presentando sucesivamente al hombre americano como ser religioso, como ser socio-cultural y como ser histórico” (p.100) que tiene acceso a la salvación ya que esta parte del mundo “estaba formada de la misma materia y de los mismos entes que el viejo mundo”.

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La facilidad de Hollywood de convertir cualquier trama en melodrama es sorprendente. Pienso en ello después de mirar Lo que perdimos en el camino de la directora danesa debutando en el cine gringo Susanne Bier. Audrey Burke enviuda dado el carácter redentor de su marido Brian, quien por defender a una mujer que está siendo golpeada en plena vía pública, termina en la morgue. Jerry, el mejor amigo de Brian, abogado venido a desgracia por su adicción a la heroína aparece en escena y Audrey, que anteriormente no lo dejaba llegar ni al patio de la casa lo lleva a vivir con ella y hasta le pide “le rasque la orejita” para poder dormir. Lo que viene ya se adivina fácilmente: la atracción sexual de los protagonistas que no se concluye (cual debe) por la memoria del difunto y una familia de clase alta con barrio incluido que se afana por la recuperación del amigo descarriado. Halle Berry como Audrey logra momentos sobresalientes y Binicio del Toro (Jerry) está contundente; salvo que se parece mucho en el gesto al personaje interpretado en 21 gramos. Melodrama para inyectar dosis de complacencia a la moralina burguesa. Uff.

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Exterminio 2 de Juan Carlos Fresnadillo confirma el lugar común: las segundas partes usualmente resultan malas. En este caso, bodrio.

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Después de muchas horas de mis lecturas obligadas de Charles S. Peirce y acerca de Peirce (de las que escribiremos en otro momento) me acojo a Max número 86 (diciembre 2007) a fin de descongestionar mis ojos y mi mente. Siete fotos de la neoyorquina Gabrielle Tuite, justifican la compra. Una cita que transcribo me lleva de la carcajada a la preocupación: “Las decepciones amorosas no sólo te provocan desconfianza. Un estudio realizado a 9 mil personas reveló que pueden aumentar hasta 34% la probabilidad de un infarto”. Así que ya lo sabe; evite además del colesterol las decepciones amorosas para mantenerse sano.