Por Alma Delia Martínez Cobián
En mi anterior comentario decía yo que, para asombro de todos aquellos quienes insisten en enfocar su atención en la violencia y la leyenda negra, Tijuana poco a poco se ha ido ganando una imagen de importante polo cultural dentro del mapa de nuestro país.
De esto me he podido dar cuenta cuando, en mi doble papel de promotora de eventos culturales, los artistas del centro del país a quienes presentamos por estas latitudes coinciden en percibirnos como una plaza muy interesante por el dinamismo cultural que aquí se gesta.
Y la verdad es que tal dinamismo es real, aun cuando hasta ahora todavía está conformado por una serie de actividades, proyectos y eventos dispersos, inconexos, y algunos de ellos esporádicos o incluso ya extintos.
En Tijuana aún no podemos hablar, pues, de un movimiento cultural como el de Monterrey en las artes plásticas y la danza contemporánea, o el de la capital del país en las artes escénicas.
Pero definitivamente hay una gran ebullición cultural que, en mi opinión, encuentra su origen y su plataforma no en las instituciones —aun cuando su apoyo es importante— sino en los grupos y asociaciones independientes.
De ello hay múltiples ejemplos: desde Opera de Tijuana, A.C. —que año tras año se las ingenia para sostener temporadas operísticas de gran calidad, así como llevar a cabo el ya tradicional festival Opera en la calle—, pasando por Lux Boreal y su intensísima actividad dancística a nivel local, nacional e internacional, hasta llegar a la propia Orquesta de Baja California, que se sostiene gracias a un formato de patronato de amigos de la OBC (en donde se incluye por supuesto a los tres niveles de gobierno).
Podemos afirmar entonces, sin temor a equivocarnos, que la cultura en Tijuana la hacen mayoritariamente los grupos independientes. Es decir que a ellos principalmente les debemos la imagen amable de nuestra ciudad.
Y si esto es así, lo justo sería que institucionalmente los tres niveles de gobierno incentivaran la continuidad, el reforzamiento y el desarrollo de esta labor importantísima, sobre todo a partir del enojoso repunte de la inseguridad en nuestra comunidad.
Las alarmantes noticias que cotidianamente se ofrecen tanto en medios de comunicación locales como en la prensa nacional ya han dado sus frutos indeseables; así, la ciudad se ha convertido en un verdadero pueblo fantasma en fechas que hasta hace poco eran para el festejo comunitario y el turismo.
Transitar por nuestras calles en Nochebuena o Año Nuevo es ahora una invitación a la nostalgia por la grandeza perdida. Basta darse una vueltita por la avenida Revolución para darse cuenta del gran puñetazo económico que la inseguridad nos está propinando.
Por ello, invertir en algo que no sólo contribuye a mejorar nuestra imagen sino que efectivamente funciona como antídoto de la violencia, es una inversión que se antoja urgente.
Y ni siquiera estoy hablando de una “inversión” económica. Bastaría, por ejemplo, con que por fin se hiciera una modificación a esa ley fiscal, a todas luces injusta y obsoleta, que tasa con el mismo rasero a un evento cultural que a una corrida de toros o un espectáculo de lucha libre.
Pero sobre todo, ojalá ahora sí se le pusiera fin a esa práctica tan absurda —por decir lo menos— de tener que pagar los honorarios del interventor que viene a cobrar los impuestos correspondientes para cada evento. ¿Qué el gobierno municipal y estatal no tienen dinero suficiente para pagarle a sus empleados?
Si las autoridades gubernamentales no pueden apoyar a los grupos independientes con la difusión de sus eventos, una gran ayuda sería que no se nos impusiera —y aquí ya me estoy incluyendo, como promotora cultural independiente que soy— una pesada y ridícula carga fiscal, que hace mucho más difícil cumplir con la labor de llevar cultura a públicos más amplios.
Somos el único estado, cuando menos en la región noroeste, donde se lleva a cabo esta práctica de darle una “mordida legalizada” a los empleados del erario público. Y somos también el único estado que tiene más de 20 años de no hacerle ninguna modificación a la ley que rige a los espectáculos públicos.
Sería muy bueno que en este 2008 por fin se hiciera algo al respecto. Ojalá ese sea un buen propósito de año nuevo para los gobiernos municipal y estatal que estamos estrenando.
Y si no, ojalá lo apunten en su lista.
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